Salud interior por Diana Conda

La salud interior

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Observar hoy las insistentes noticias, informaciones y ocurrencias, en cualquier tipo de medio de comunicación, sobre los extraordinarios avances en medicina, las vanguardistas investigaciones farmacéuticas, los eminentes descubrimientos en el campo de la genética, de la bioquímica o de la propia reproducción humana, entre otras disciplinas similares, parecen reducir millones de años de evolución humana a un mero propósito: que no tengamos ningún tipo de  enfermedad o que, directamente, la existencia humana sea eterna, en definitiva, que podamos “vencer a la muerte”, como divulgan, cada vez con más asiduidad, los apóstoles científicos y mediáticos de la más exacerbada vanidad humana.

Es como si toda la evolución cognitiva que hemos alcanzado tuviera que estar al servicio, exclusivamente, de un progreso que nos ha permitido lograr mejores condiciones de vida, pero que nos ha convertido también, paradójicamente, en seres deshumanos. Hasta el punto de considerar un fracaso humano no conseguir erradicar tal o cual enfermedad, no descubrir tal o cual vacuna para todo tipo de patología, o no inventar una máquina que, al mismo tiempo que lo diagnostica todo, todo lo cure.

Supongo que, por eso, los mismos apóstoles que predican la eternidad humana están empeñados en homogeneizar todas las dolencias que nos afectan. Así, se nos dice una y otra vez que, al igual que los males físicos u orgánicos tienen su origen en causas físicas y biológicas, los problemas mentales lo tienen, fundamentalmente, en desequilibrios químicos. Moraleja: da igual el mal que te aceche o que te preocupe, todo se resuelve en un quirófano o con el último fármaco del mercado.

Por supuesto, sin pretender llevar al extremo estas posiciones, parece claro que nos encontramos alienados por una desmedida medicalización de la salud en su conjunto, que nos está impidiendo abordar adecuadamente los problemas que afectan, concretamente, a los procesos mentales y al bienestar emocional de las personas.

Es como si estuviéramos obligados a estar sanos mucho antes que vivos, como si tuviéramos que vivir única y exclusivamente para estar sanos, olvidando que lo que realmente debemos hacer es vivir y, sobre todo, hacerlo con plena conciencia de lo que somos y lo que tenemos. Vivir en condiciones dignas y pretender mejorarlas es un propósito humano irrenunciable, pero debemos plantearnos seriamente, como personas y como ciudadanos, si nuestras limitaciones como seres humanos forman parte de nosotros mismos o son elementos que debemos desterrar de nuestra condición humana. Empecemos por ahí.

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